Julia Evelyn Martínez (*)
“Era una de esas noches en que se tiene la certeza que la revolución no
solo se hará, sino que será patrocinada por la Federación de
Empresarios”.
Umberto Eco, El Péndulo de Foucault (1988)
SAN SALVADOR
- La capacidad del neoliberalismo de camuflarse de desarrollo es
sencillamente sorprendente. Hace solo unos pocos años atrás, se tenía la
percepción que el pensamiento único neoliberal estaba en decadencia y
que la realidad de la crisis global, terminaría por imponerse a la
ideología del Consenso de Washington. Por supuesto, que esta percepción
se alimentaba por el mea culpa de
los altos funcionarios de los organismos internacionales (FMI, Banco
Mundial) y organismos regionales (BID, CEPAL) sobre la responsabilidad
del consenso neoliberal en la gestación y/o amplificación de la crisis
financiera de 2007.
Sin
embargo, al igual que sucede con los reptiles, el neoliberalismo ha
tenido la capacidad de mudar de piel. Su discurso se ha transformado en
un discurso del desarrollo estratégico, que tiene como idea fuerza la
necesidad de promover en América Latina una nueva generación de
reformas estructurales con capacidad para mejorar los indicadores de
inversión, innovación, crecimiento y bienestar. Uno de los pilares
fundamentales de estas reformas es el Asocio Público Privado (APP).
Ciertamente,
en este nuevo discurso se ha sustituido la propuesta de las
privatizaciones de recursos y activos públicos, por la propuesta de las
concesiones a las empresas privadas de los bienes públicos (carreteras,
aeropuertos, infraestructura educativa) y los bienes comunes (agua,
playas, conocimientos). Pero el objetivo de esta propuesta es
esencialmente el mismo: poner a disposición de la inversión privada
capitalista, los bienes públicos y los bienes comunes, para que ésta
haga con ellos lo que mejor sabe hacer: obtener ganancias privadas por
cualquier medio posible.
Porque
debe aclararse que los APP no son una modalidad de responsabilidad
social corporativa (RSC), en la cual los empresarios asumen la tarea de
patrocinar al desarrollo de un país realizando inversiones en sectores
estratégicos en donde el Estado no puede (o no desea) invertir, sin
esperar nada a cambio, salvo la exención de impuestos o tal vez la
gratitud y/o reconocimiento de los pueblos y gobiernos. Nada de eso, las
inversiones privadas en los APP se hacen a cambio de recibir en
concesión durante un determinado tiempo, las obras y/o servicios
públicos en los que se ha invertido. Durante este tiempo, las empresas
obtienen los derechos de explotación de bienes públicos y/o bienes
comunes, para recuperar sus inversiones y obtener una tasa de ganancia
de mercado. Tanto la amortización de las inversiones como la ganancia se
obtienen a partir de las tarifas que pagan los usuarios de las obras o
servicios, y/o mediante partidas del presupuesto general de la nación
destinadas a cancelar estos pagos. En ambos casos, como dice el dicho
popular: del mismo cuero salen las correas.
Cuando
la izquierda política de un país que dice oponerse a un proyecto
estratégico de dominación, como el proyecto neoliberal, carece de un
proyecto alternativo propio y de un discurso contra – hegemónico,
cualquier discurso coherente y envuelto en un bonito y brillante papel
de regalo, puede llevarle a asumir el mismo proyecto y el mismo discurso
hegemónico que quiere combatir. Eso ya ha pasado en nuestro país con el
discurso de la gobernabilidad, de la inclusión y de la cohesión. Ahora
llegó el turno del discurso de la colaboración público-privada.
Esto
explica la ambigua postura frente a los APPP por parte del FMLN y de
sus intelectuales orgánicos. No obstante adhieren por una parte los
principios del modelo de desarrollo basado en el Buen Vivir, creen
sinceramente por la otra, que la construcción de este modelo no
capitalista de desarrollo, se puede hacer fortaleciendo aún más el
capitalismo neoliberal. Algo tan absurdo, como esperar la revolución se
haga gracias al patrocinio de las cámaras empresariales.
(*) Columnista de ContraPunto